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23 de septiembre de 2021

San Pío de Pietrelcina




San Pío de Pietrelcina (más comúnmente conocido como Padre Pío), probablemente sea, después de San Francisco de Asís, el santo más popular que haya salido de la orden franciscana.

El Padre Pío, fue un humilde sacerdote italiano al que Dios eligió para, a través de él, obrar milagros extraordinarios en las vidas de innumerables personas que se acercaron a él para pedirle ayuda espiritual. 

Gracias al poder de Dios, era capaz de leer el alma de las personas, bilocarse y levitar.
Además, recibió las santas llagas de Cristo (estigmas) en su cuerpo.  El Padre Pío no pidió nada de esto, simplemente era un recipiente que Dios utilizaba para sus propósitos divinos.
Sus milagros, aún estando él en vida, se cuentan por miles y se multiplican ahora que ya goza de la vida eterna.



Algunos milagros y anécdotas en los que San Pío demuestra su gran sentido del humor

Un saludo “grande, grande”

Una hija espiritual del Padre Pío se había quedado en San Giovanni Rotondo tres semanas con el único propósito de poder confesarse con él.  Al no lograrlo, se consoló con la idea de al menos recibir la bendición que el Padre Pío solía impartir desde la ventana de su balcón.  De camino al convento iba diciendo para sus adentros:
«Quiero un saludo grande, grande, sólo para mí».

Cuando llegó se encontró con que la gente se había marchado pues el Padre había dado ya su bendición; los había saludado a todos agitando su pañuelo desde su ventana y se había retirado a descansar.  La señora no se desanimó y se arrodilló junto a un grupo de mujeres que rezaban el rosario y se dijo para sí misma:
«No importa, yo quiero un saludo grande, grande, sólo para mí».

A los pocos minutos se abrió la ventana de la celda del Padre y éste, luego de dar nuevamente su bendición, se puso a agitar una sábana a modo de saludo en vez de usar su pañuelo.  Todos se echaron a reír pensando que se había vuelto loco.  La hija espiritual del padre comenzó a llorar emocionada.  Sabía que era el saludo «grande, grande» que había pedido para sí.




Debajo del Colchón

Una señora sufría de tan terribles jaquecas que decidió poner una foto del Padre Pío debajo de su almohada con la esperanza de que el dolor desaparecería.  Después de varias semanas el dolor de cabeza persistía y muy molesta dijo esto:
«Pues mira Padre Pío, como no has querido quitarme la jaqueca te pondré debajo del colchón como castigo».

Muy enfadada, puso la fotografía del padre debajo de su colchón.  A los pocos meses fue a San Giovanni Rotondo a confesarse con el padre.  Apenas se arrodilló frente al confesionario, el padre la miró fijamente y cerró la puerta del confesionario con un soberano golpe.  La señora quedó petrificada pues no esperaba semejante reacción y no pudo articular palabra.  A los pocos minutos se abrió nuevamente la puerta del confesionario y el padre le dijo con una sonrisa de oreja a oreja:

«No te gustó ¿verdad? ¡Pues a mí tampoco me gustó que me pusieras debajo del colchón!».




Un copiloto sin viaje

El padre Eusebio Notte desempeñó durante cinco años el cargo de asistente personal del Padre Pío.  Tenía una personalidad atractiva y un gran sentido del humor, que utilizaba para animar al Santo y provocarle una sonrisa cuando estaba enfermo o agobiado.  Siempre parecía tener las palabras exactas que decirle, lo cual maravillaba a los otros capuchinos del convento.  Por las noches, cuando el padre Eusebio ayudaba al Padre Pío a acostarse, a veces bromeaba con él, diciéndole:
«Buen viaje».

Con estas palabras, hacía chanza sobre las frecuentes bilocaciones que el Padre Pío realizaba durante la noche.  En cierta ocasión, mientras el padre Eusebio deseaba las buenas noches al Santo, le dijo:
«Me gustaría que me llevaras contigo esta noche.  Déjame fijar mi cinturón al tuyo, y así volaremos juntos».

El Padre Pío, siguiendo la broma a su asistente, replicó:
«Pero, ¿y si el cinturón se afloja cuando estamos en el aire?»

Ante aquella advertencia, el padre Eusebio dijo:
«Bueno, tal vez sea mejor que me quede en el monasterio esta noche».




Una Madre en el altar

En una ocasión se le preguntó si la Santísima Virgen María estaba presente durante la Santa Misa, a lo cual él respondió:

«Sí, ella se pone a un lado, pero yo la puedo ver, qué alegría.  Ella está siempre presente. ¿Cómo podría ser que la Madre de Jesús, presente en el Calvario al pie de la cruz, que ofreció a su Hijo como víctima por la salvación de nuestras almas, no esté presente en el calvario místico del altar?».







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