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11 de agosto de 2018

🎕Santa Clara de Asís🎕



Santa Clara nació en Asís, Italia, en 1193. Su padre, Favarone Offeduccio, era un caballero rico y poderoso. Su madre, Ortolana, descendiente de familia noble y feudal, era una mujer de mucha virtud y piedad cristiana, de gran celo por el Señor y era devota de hacer largas peregrinaciones a Bari, Santiago de Compostela y Tierra Santa.  Dice la tradición que antes de nacer Clara, el Señor le reveló en oración que la alumbraría de una brillante luz que habría de iluminar al mundo entero, y fue por eso que la niña recibió en el bautismo el nombre de Clara, el cual encierra dos significados, «resplandeciente» y «célebre».

Desde sus primeros años Clara se vio dotada de innumerables virtudes y aunque su ambiente familiar pedía otra cosa de ella, siempre desde pequeña fue asidua a la oración y mortificación.

Siempre mostró gran desagrado por las cosas del mundo y gran amor y deseo por crecer cada día en su vida espiritual.  Ya en ese entonces se oía de los Hermanos Menores, como se les llamaba a los seguidores del joven Francisco di Pietro di Bernardone, (San Francisco) quien había vuelto de Roma, con autoridad pontificia para predicar, cuya conversión tan hondamente había conmovido a la ciudad entera. Clara sentía gran compasión y gran amor por ellos, aunque tenía prohibido verles y hablarles.  Le llamaba mucho la atención como los frailes gastaban su tiempo y sus energías cuidando a los leprosos.

Ella cuidaba de ellos y les proveía enviando a una de las criadas. Todo lo que ellos eran y hacían le llamaba mucho la atención y se sentía unida de corazón a ellos y a su visión.

La conversión de Clara hacia la vida de plena santidad se efectuó al oír un sermón de San Francisco de Asís. En 1210, cuando ella tenía 18 años, San Francisco predicó en la catedral de Asís los sermones de cuaresma e insistió en que para tener plena libertad para seguir a Jesucristo hay que librarse de las riquezas y bienes materiales.  Al oír las palabras:

«Este es el tiempo favorable… es el momento… ha llegado el tiempo de dirigirme hacia El que me habla al corazón desde hace tiempo… es el tiempo de optar, de escoger..»

Sintió una gran confirmación de todo lo que venía experimentando en su interior y comprendió que el modo de vida observado por el santo era el que a ella le señalaba el Señor.  Durante todo el día y la noche, meditó en aquellas palabras que habían calado lo más profundo de su corazón.  Tomó esa misma noche la decisión de comunicárselo a San Francisco y de no dejar que ningún obstáculo la detuviera en responder al llamado del Señor, depositando en Él toda su fuerza y entereza.

Cuando su corazón comprendió la amargura, el odio, la enemistad y la codicia que movía a los hombres a la guerra comprendió que esta forma de vida eran como la espada afilada que un día traspasó el corazón de Jesús.  No quiso tener nada que ver con eso, no quiso otro señor más que el que dio la vida por todos, aquel que se entrega pobremente en la Eucaristía para alimentarnos diariamente.  El que en la oscuridad es la Luz y que todo lo cambia y todo lo puede, aquel que es puro Amor.

Renace en ella un ardiente amor y un deseo de entregarse a Dios de una manera total y radical.  Clara sabía que el hecho de tomar esta determinación de seguir a Cristo y sobre todo de entregar su vida a la visión revelada a San Francisco, iba a ser causa de gran oposición familiar, pues el solo hecho de la presencia de los Hermanos Menores en Asís estaba ya cuestionando la tradicional forma de vida y las costumbres que mantenían intocables los estratos sociales y sus privilegios.


Entre los seguidores de Francisco había dos, Rufino y Silvestre, que eran parientes cercanos de Clara y le facilitaron el camino a sus deseos.  Así un día acompañada de una de sus parientes, a quien la tradición atribuye el nombre de Bona di Guelfuccio, fue a ver a San Francisco.  Este había oído hablar de ella, por medio de Rufino y Silvestre, y desde que la vio tomó una decisión: «quitar del mundo malvado tan precioso botín para enriquecer con él a su divino Maestro». Desde entonces Francisco fue el guía espiritual de Clara.

A los pobres les daba una esperanza de encontrar su dignidad, mientras que los ricos comprendían que el Evangelio bien vivido exponía por contraste sus egoísmos a la luz del día.  Para Clara el reto era muy grande. Siendo la primera mujer en seguir a San Francisco.

Santa Clara se fuga de su casa el 18 de Marzo de 1212, un Domingo de Ramos, empezando así la gran aventura de su vocación.  Se sobrepuso a los obstáculos y al miedo para darle una respuesta concreta al llamado que el Señor había puesto en su corazón.  Llega a la humilde Capilla de la Porciúncula donde la esperaban Francisco y los demás Hermanos Menores con antorchas encendidas.  Habiendo entrado en la capilla, se arrodilló ante la imagen del Cristo de san Damián y ratificó su renuncia al mundo «por amor hacia el santísimo y amadísimo Niño envuelto en pañales y recostado sobre el pesebre».

Cambió sus relumbrantes vestiduras por un sayal tosco, semejante al de los frailes; trocó el cinturón adornado con joyas por un nudoso cordón, y cuando San Francisco, tomó unas tijeras y le cortó su rubia, larga y hermosa cabellera y le colocó en la cabeza un sencillo manto, entró a formar parte de la Orden de los Hermanos Menores y se consagra al Señor por manos de San Francisco... De rodillas ante San Francisco, hizo Clara la promesa de renunciar a las riquezas y comodidades del mundo y de dedicarse a una vida de oración, pobreza y penitencia.

Clara prometió obedecer a San Francisco en todo y la envió a donde unas religiosas que vivían por allí cerca, a que se fuera preparando para ser una santa religiosa.

Para Santa Clara la humildad es pobreza de espíritu y esta pobreza se convierte en obediencia, en servicio y en deseos de darse sin límites a los demás.




 Nancy  A. Sparrow

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