
El Sábado Santo es el día de la sepultura de Jesús y de su descenso al lugar de los muertos, es decir, de su extremo abajamiento para liberar a los que moraban en el reino de la muerte.
Este es el día de espera litúrgica por excelencia, de espera silenciosa junto al sepulcro: el altar está desnudo, las luces apagadas; pero se respira un ambiente de fervorosa espera, llena de paz y cargada de esperanza.
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Cristo Jesús: muerto y sepultado por los hombres. En este día de espera, me queda la Madre de la fe y de la esperanza: a pesar de haber visto a un Dios que ha muerto, al primer y principal apóstol que ha negado al Maestro, al último apóstol que lo ha vendido, María espera, y yo con ella.
Este es el día de espera litúrgica por excelencia, de espera silenciosa junto al sepulcro: el altar está desnudo, las luces apagadas; pero se respira un ambiente de fervorosa espera, llena de paz y cargada de esperanza.
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Cristo Jesús: muerto y sepultado por los hombres. En este día de espera, me queda la Madre de la fe y de la esperanza: a pesar de haber visto a un Dios que ha muerto, al primer y principal apóstol que ha negado al Maestro, al último apóstol que lo ha vendido, María espera, y yo con ella.
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