Pero también hay alabanzas que van dirigidas a la persona en cuanto tal: «me caes muy bien», «¡qué gusto me da verte!» Palabras como éstas tocan nuestro corazón, nos confortan. Una variante de esta expresión la escuchó Jesucristo cuando su Padre le dijo: «tú eres mi hijo amado, en ti me complazco» (Mc 1,11).
En diciembre de 2003, una sobrina me mandó un e‑mail en el que me decía: «te agradezco que seas tan buena onda». Ignoro si lo soy, pero qué bueno que ella así lo experimente. Y me alegro de que me lo haya dicho.
Por lo mismo que estas palabras nos hacen tanto bien, escuchar la expresión: «me caes mal; no te soporto», nos hiere. Si yo le caigo mal a alguien, no puedo hacer nada para modificar su sentimiento; incluso, si intento hacer algo, puedo empeorar las cosas. Pero qué distinto es cuando un amigo me hace ver algo específico en lo que puedo cambiar: «me molesta tu impuntualidad, tu desorden». Me está invitando a ser mejor; no me pide ser otra persona.
Si sé que le caigo mal a una persona, procuro mantenerme alejado de ella, para no provocarle incomodidad. Mientras que, con cuánto gusto y confianza, me acerco a quienes sé que les caigo bien (sé que a Dios le caigo bien).
Cuando una persona nos simpatiza, ella lo percibe, pues de múltiples maneras, sobre todo a través de nuestros gestos, inconscientemente le manifestamos nuestros sentimientos. Pero, por qué no expresárselo también por medio de palabras. Hagámoslo y quedaremos asombrados de los efectos que produce.
Autor: Padre Fernando Torre, msps.
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