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14 de agosto de 2012

El peligro de la ira

Las investigaciones en materia de agresividad han mostrado que ésta aumenta cuando es apoyada y alentada. Por eso es erróneo sostener que la agresividad disminuye si se deja estallar la ira. La cólera no reprimida es un comportamiento destructor que se instala y empeora. Dar libre curso a su enojo a menudo conduce a manifestar maldad y herir a nuestros allegados. La irritación reprimida, guardada, es igualmente peligrosa; es una de las principales causas de fracasos escolares, familiares y de conflictos en las empresas.

Entonces, ¿cuál debe ser nuestra actitud si no sabemos controlar nuestra ira? Empezar por reconocerla, pues aquel que la reprime hace nacer en sí mismo sentimientos de amargura y somete su organismo a tensiones perjudiciales. Luego debemos reconocer ante Dios que una cólera que no supimos dominar es un pecado, el cual debemos confesar a Dios. Debemos rogarle que nos enseñe a canalizarla, es decir, a identificar sus causas reales, a saber expresarlas con inteligencia y moderación a fin de buscar una solución con Dios.

En todos nuestros contactos, aprendamos a contenernos y a perdonarnos unos a otros. “La templanza” es un fruto del Espíritu (Gálatas 5:23). Un sentimiento de ira es legítimo frente a todo lo que ofende al Señor. “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo”, nos dice el apóstol Pablo (Efesios 4:26).

Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia. – Efesios 4:31.

Todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios. –Santiago 1:19-20.

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