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3 de abril de 2010

¡Aleluya, Cristo Resucito!

La resurrección de Jesús es el acontecimiento central de la historia de la salvación. El Calvario no fue el último acto de la obra del Señor. La cruz y la muerte de Jesús condujeron a su resurrección. Esta sí que fue la culminación. El misterio de la resurrección de Cristo es un hecho real que ha tenido manifestaciones históricas comprobadas.

Los apóstoles fueron testigos oculares del Resucitado. San Pablo habla de la tradición viva de la resurrección que él había recibido tras su conversión a las puertas de Damasco.

Resuenan las palabras del ángel a las mujeres:
«Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado». Pedro y Juan, el domingo por la mañana, corrieron hacia el sepulcro y lo hallaron vacío. El descubrimiento del sepulcro vacío por parte de los discípulos fue el primer paso hacia el reconocimiento del hecho de la resurrección del Señor. «El discípulo al que Jesús tanto quería» afirma que, cuando entró aquel domingo en el sepulcro vacío y descubrió que «las vendas de lino estaban allí», «vio y creyó». Como indica el Catecismo de la Iglesia católica, «ello supone que comprobó en el estado del sepulcro vacío que la ausencia del cuerpo de Jesús no se debía a acción humana alguna y que Jesús no había simplemente vuelto a una vida terrenal, como había sido el caso de Lázaro».

Con sus apariciones, Jesús, tras su resurrección, estableció una relación directa con sus discípulos. Les invita a comprobar que no es un espíritu, pero sobre todo a verificar que el cuerpo con el que se les presenta es el mismo que ha sido crucificado, puesto que presenta todavía las huellas de la Pasión.

El atestiguar de los apóstoles sobre la resurrección de Jesús es duro. Al principio les costó creer en la resurrección de su maestro. Sin embargo, el escepticismo se derrumbó ante la evidencia del Resucitado, al que vieron y tocaron y con el que hablaron.

Finalmente, Tomás, el incrédulo, tras ver a Jesús, formuló la profesión de fe más bella que jamás haya salido de labios humanos: «Señor mío y Dios mío».

La fe en la resurrección de Jesús no es una suerte de apéndice, sino la entraña misma de la fe en Dios. Pablo afirmó:
-«Si Cristo no hubiera resucitado, tanto mi anuncio como vuestra fe carecen de sentido».

La resurrección es, sobre todo, la confirmación de todo cuanto Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades, incluso las más inaccesibles al espíritu humano, hallan su justificación si el Cristo, resucitando, ha dado la prueba definitiva de su autoridad divina.

La resurrección de Cristo marca la historia de la humanidad. Bonhoeffer escribió estas palabras:
«Desde que Cristo dijo: «Yo soy la vida», ningún pensamiento, ni siquiera filosófico, puede prescindir de la realidad contenida en esa autoafirmación.» Jesús califica de inútil y fracasado cualquier intento de buscar el verdadero sentido de la vida fuera de Él.

La resurrección del Señor es principio y fuente de nuestra resurrección futura.
Pablo afirma que «Cristo ha resucitado de entre los muertos, como anticipo de quienes duermen el sueño de la muerte. Y como por su unión con Adán todos los hombres mueren, así también por su unión con Cristo, todos retornarán a la Vida.»

Ahí radica la buena nueva de la Pascua cristiana.
¡Os deseo a todos una gozosa Pascua de Resurrección!





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