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21 de agosto de 2012

Buscando a Buda

Buda peregrinaba por el mundo para encontrarse con aquellos que se llamaban a sí mismos sus discípulos y hablarles acerca de la Verdad.

A su paso, la gente que creía en sus palabras llegaba por centenares a escucharle, a tocarle, a verle, seguramente por única vez en sus vidas.

Cuatro monjes que supieron que Buda estaría en la ciudad de Vaali, cargaron sus cosas en sus mulas y emprendieron el viaje que duraría, si todo iba bien, varias semanas.

Uno de ellos conocía poco la ruta a Vaali y, entonces, solo se dedicó a seguir a los otros en el camino.

Después de tres días de marcha, les sorprendió una gran tormenta. Los monjes apresuraron su paso y llegaron al pueblo, donde buscaron refugio hasta que pasara la lluvia.

El último no llegó al poblado, tubo que pedir refugio en la casa de un pastor, en las afueras del pueblo. El pastor le dio abrigo, techo y comida para pasar la noche.

A la mañana siguiente, cuando el monje estaba ya preparado para partir fue a despedirse del pastor. Al acercarse al corral, vio que la tormenta había espantado las ovejas y que el pastor estaba tratando de reunirlas.

El monje pensó que sus cofrades estarían ya saliendo del pueblo y que si no se iba pronto, se alejaría demasiado de ellos. Pero él no podía seguir su camino, dejando al pastor a su suerte después de que le hubiera dado cobijo. Por ello decidió quedarse con él hasta que hubieran conseguido reunir de nuevo al ganado.

Así pasaron tres días, tras los cuales se puso en camino aligerando el paso, para intentar alcanzar a sus compañeros.

Siguiendo las huellas de los demás, paró en una granja a reponer su provisión de agua.

Una mujer le indicó dónde estaba el pozo y se disculpó por no poder ayudarlo, ya que debía seguir trabajando en su cosecha... mientras el monje abrevaba sus mulas y cargaba sus odres con agua, la mujer le contó que tras la muerte de su marido, le resultaba muy difícil a ella y sus pequeños hijos recoger toda la cosecha antes de que se perdiera.

El hombre se dio cuenta de que la mujer nunca llegaría a recoger la cosecha a tiempo, pero también sabía que si se quedaba, perdería el rastro y no podría estar en Vaali cuando Buda llegara a la ciudad.

Lo veré unos días después, pensó, sabiendo que Buda se quedaría algunas semanas en Vaali.

Pero la cosecha llevó tres semanas y en cuanto terminó la tarea, el monje reanudó su marcha...

Por el camino, confirmó que Buda ya no estaba en Vaali, había partido hacia un pueblo en el norte.

El monje cambió su rumbo, se dirigió ahora hacia el nuevo poblado.

Podría haber llegado aunque solo hubiera sido para verlo, pero por el camino tuvo que salvar a una pareja de ancianos de ser arrastrados corriente abajo y sin su ayuda no hubieran podido escapar de una muerte segura. Cuando los ancianos estuvieron recuperados, volvió a emprender la marcha sabiendo que Buda seguía su camino...

...Veinte años pasó el monje siguiendo el camino de Buda... cada vez que se acercaba, sucedía algo que retrasaba su viaje. Siempre había alguien que le necesitaba, y sin saberlo evitaba que el monje llegara a tiempo.

Finalmente se enteró de que Buda había decidido ir a morir a su ciudad natal.

Esta vez, dijo para sí, es mi última oportunidad. Si no quiero morir sin haber visto a Buda, no puedo distraer mi camino. Nada es más importante ahora que ver a Buda antes de que muera. Ya habrá tiempo para ayudar a los demás.

Y con su última mula y sus escasas provisiones, retomó el camino.

A un día de marcha de llegar al pueblo, casi tropezó con un ciervo herido en mitad del camino. No pudo evitar auxiliarlo, le dio de beber, cubrió sus heridas con barro fresco. El ciervo boqueaba tratando de respirar, cualquiera se daba cuenta que sentía cada vez más la falta de aire en sus pulmones.

Alguien debería quedarse con él, pensó, para que yo pudiera seguir mi camino.

Pero no había nadie a la vista.

Con mucha ternura acomodó al animal contra unas rocas para poder seguir su marcha, le dejó agua y comida al alcance de su hocico y se levantó para irse.

Sólo llegó a dar dos pasos, cuando inmediatamente se dio cuenta de que no podía presentarse ante Buda, sabiendo en lo más profundo de su corazón que había dejado solo a un indefenso moribundo.

Así que, resignado, descargó la mula y se quedó a cuidar del animalito. Durante toda la noche veló su sueño como si cuidara de un hijo. Le dio de beber en la boca y cambió paños sobre su frente.

Hacia el amanecer, el ciervo se había recuperado.

El monje se levantó, se sentó en un lugar retirado y comenzó a llorar... Finalmente, había perdido también esta última oportunidad.

-Ya nunca podré encontrarte - dijo en voz alta.

-No sigas buscándome - le dijo una voz que venía detrás suyo - porque ya me has encontrado.

El monje sorprendido se dio la vuelta y vio cómo el ciervo se llenaba de luz y tomaba la redondeada forma de Buda.

-En realidad me hubieras perdido si me hubieras dejado morir esta noche para ir a mi encuentro en el pueblo... y respecto a mi muerte, no te inquietes, el Buda no puede morir mientras haya personas como tú, que son capaces de seguir mi camino durante años, sacrificando sus deseos por las necesidades de otros.

Eso es el Buda, el Buda está en ti.
Jorge Bucay

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