-¿Dónde quiere usted que lo lleve? me dijo uno.
No, si me parece muy bien. Pero sospecho que esto le habrá costado aguantar alguna que otra sonrisita irónica, le contesté.
-Pues mire qué le digo. Ciertamente, algunos gamberros han comentado entre sí en el asiento de detrás mi ocurrencia. Piense que lo llevo ahí más de diez años, y en tanto tiempo han subido al taxi miles de personas, de todas las ideologías y educaciones. Pero le aseguro que si alguno me hubiera dicho a mí directamente algo contra el rosario o contra la Virgen, se hubiera acordado para toda su vida. No me gusta que se juegue con las cosas sagradas y tengo derecho a pensar como quiera y a no esconder mi fe y mi devoción a la Virgen. Yo no me meto con nadie. Y el que se meta conmigo por mi fe, «no le arriendo las ganancias». Lo menos que haría sería decirle: bájese usted y tome otro taxi que no lleve rosario. ¿Ofendo yo a alguien con llevarlo?
-Así me gusta, hombre. Que la Virgen acoja con su bondad de Madre el buen corazón y la valentía que demuestra.
El otro taxista me explicó que se había encontrado el rosario en la parte trasera del coche, sin duda olvidado por algún cliente. Y lo puso en el lugar de honor del taxi. Así, si alguna vez vuelve a subir el que lo perdió, lo reconocerá y se lo podré restituir. Y mientras tanto, ahí va haciendo algún bien: a mí me recuerda muchas cosas buenas y, a los que suban, les dice que en este taxi se ha de respetar al Señor y a la Virgen. Ah, y conste que por esto no soy más santo que los demás. Pero, esto sí, ganas no me faltan y por lo menos doy testimonio de mi fe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario