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24 de julio de 2011

Puedo ver

Te recomiendo que leas un libro que un día leí al hacer la antesala más importante de mi vida. Lo escribió Borghim Dahl y se titula: “Puedo ver”.

Este libro fue escrito por una mujer que durante medio siglo estuvo prácticamente ciega. “Sólo tenía un ojo”, escribe, “ y estaba tan cubierto por gruesas cicatrices que sólo podía ver a través de una pequeña abertura en la parte izquierda de ese ojo. “Podía leer un libro únicamente si lo sostenía cerca de mi rostro, y forzando mi único ojo hacia la izquierda, hasta donde me era posible”.

Pero se rehusaba a que la compadecieran, se rehusaba a que la consideraran como una persona “diferente”, Cuando niña, quería jugar a la rayuela con los demás niños, pero no podía ver las marcas, de manera que cuando todos se iban a casa, ella se tiraba al suelo y se arrastraba con el ojo muy cerca de las marcas. Memorizaba cada pedazo del terreno en donde jugaban ella y sus amigos y muy pronto se convirtió en una experta en los juegos en los que era necesario agudizar la vista. Practicaba la lectura en su hogar, sosteniendo un libro de letras grandes tan cerca de su ojo que las pestañas rozaban las páginas. Obtuvo títulos en la Universidad: una licenciatura en artes en la Universidad de Minnesota y un doctorado en Artes en la Universidad de Columbia.

Empezó a enseñar en la pequeña aldea de Twin Valley, en Minnesota, y ascendió hasta convertirse en profesora de periodismo y literatura en la Universidad Augustana en Sioux Falls, Dakota del Sur. Allí impartió sus enseñanzas durante trece años, dando conferencias en clubes femeninos y presentándose en programas de radio para charlar sobre libros y autores. “En lo más profundo de mi mente”, escribe, “siempre estuvo al acecho el temor a una ceguera total. A fin de sobreponerme a ello, adopté una actitud animosa y casi hilarante hacia la vida”.

Después, en el año de 1943, cuando tenía cincuenta y dos años de edad, sucedió algo maravilloso, una posibilidad milagrosa que Dios le obsequiaba: una intervención quirúrgica en la famosa Clínica Mayo. Después de la cual ella podía ver cuarenta veces más de lo que jamás había visto.
Ante ella se abría un emocionante mundo nuevo, pleno de bellezas. Ahora incluso encontraba emocionante el lavar los platos en el fregadero de la cocina. “Empiezo a jugar con la blanca espuma esponjosa”, escribe, “hundo mis manos en ella y formo una pequeña bola de burbujas de jabón. La sostengo contra la luz y en cada burbuja puedo ver los brillantes colores de un arco iris en miniatura”.

Mientras dirigía la mirada a través de la ventana de la cocina, arriba del fregadero, veía “revolotear las oscuras alas de los gorriones que volaban a través de la densa nieve que caía”.
Encontraba tal éxtasis contemplando las burbujas de jabón y los gorriones, que cerró su libro con una palabras: “MI amado Señor”, susurró, “Padre nuestro, que estás en el cielo, te doy gracias porque puedo ver. Te doy gracias.

Imagínese ¡dar gracias a Dios porque puede lavar los platos y contemplar arco iris en las burbujas de jabón y a los gorriones volando entre la nieve!

¡Ojalá que, antes de pensar en lo que no tienes, pienses un poco en lo que sí tienes!... y que no agradeces.


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