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16 de mayo de 2011

El huevo vacío

Jim nació con un cuerpo deformado y una mente lenta. A la edad de 12 años no había pasado de 2º grado, y parecía que jamás podría aprender nada. Con frecuencia, su maestra se exasperaba con él porque solía estar en su banco moviéndose, babeando, y gruñendo. A veces hablaba claramente, como si un rayo de luz hubiera penetrado en la oscuridad de su cerebro. Pero la mayor parte del tiempo, Jim irritaba a su maestra.

Cierto día, la maestra citó a los padres de Jim para hablarles . Cuando ellos entraron en el aula vacía, la maestra les dijo:

-“Jim verdaderamente tiene que asistir a una escuela especial. No es bueno para él estar con niños más pequeños que no tienen problemas de aprendizaje. De hecho, tiene un atraso mental de cinco años con respecto a los otros alumnos”.

La mamá de Jim lloraba calladamente, mientras su esposo le decía a la maestra:

-“Señorita, no hay ninguna escuela especial aquí, y sería un golpe terrible para Jim si lo retiráramos de esta escuela. A él verdaderamente le gusta estar aquí”.

La maestra permaneció sentada durante un largo rato después que se habían ido los padres de Jim, contemplando a través de la ventana la nieve que caía y que parecía enfriarle el alma. Quería entender a estos padres; después de todo, su único hijo tenía una enfermedad terminal. Pero no era bueno tenerlo en su clase. Había otros 18 niños a los que debía enseñarles, y Jim sólo los distraía. Además, nunca aprendería a leer y escribir. ¿Por qué malgastar más tiempo con él?

Mientras pensaba en esto, comenzó a sentirse culpable.

“Aquí estoy, lamentándome por mis problemas, que no son nada comparados con los de esa pobre familia”, pensó. Y también oró: “Señor, ayúdame a ser más paciente con Jim”. A partir de ese día, trató de ignorar los ruidos que hacía el niño y las hojas en blanco de su cuaderno.

Un día, Jim caminó con dificultad hasta el escritorio de su maestra, arrastrando su pierna detrás de él:

-“La amo, Señorita”, exclamó lo suficientemente fuerte como para que toda la clase lo oyera.

La maestra se puso roja, especialmente al ver los gestos que hacían los otros alumnos. Ella alcanzó a tartamudear:

-“Bueno… es muy lindo lo que me dices Jim. Pero por favor vuelve a tu asiento…”

Pasó el tiempo, llegó la primavera, y los niños conversaban animadamente acerca de la proximidad de la Pascua. La maestra les contó la historia de Jesús, y para destacar la idea de que la vida renacería, entregó a cada uno de los niños un huevo grande de plástico, y les dijo:

-“Quiero que lo lleven a su casa, y mañana lo traigan con algo dentro que nos enseñe sobre la vida. ¿Entienden?” “Sí señorita”, respondieron entusiasmado todos los niños, excepto Jim. Él estaba escuchando atentamente, sus ojos no se quitaban del rostro de la maestra. Ni siquiera estaba haciendo sus ruidos habituales.

¿Habría entendido lo que ella dijo acerca de la muerte y la resurrección de Jesús? ¿Podría hacer la tarea? ¿Tendría que llamar a sus padres para explicarles lo que Jim tenía que hacer?. Esa tarde tuvo que hacer muchas compras, preparar la cena, y se olvidó completamente de hacer esa llamada.

Al día siguiente, los 19 alumnos vinieron a clase. Reían y charlaban mientras ponían los huevos de plástico en la canasta vacía que estaba sobre el escritorio de su maestra. Y antes de finalizar la clase, llegó el momento de abrir los huevos.

En el primero, la maestra encontró una flor. “Oh sí, una flor es señal de una nueva vida”, dijo.

El siguiente huevo contenía una mariposa de plástico, que parecía real. Su comentario fue: “Todos sabemos que algunas orugas se convierten en mariposa. Sí, ésta también es una vida nueva”.

Después abrió otro huevo donde había una piedra cubierta de musgo. Y explicó que el musgo también era una muestra de vida.

A continuación abrió el cuarto huevo. Su respiración se hizo entrecortada ¡El huevo estaba vacío! “Seguramente debe ser de Jim”, pensó. “No habrá entendido mis instrucciones. Si no me hubiera olvidado de telefonear a sus padres…” Y como no quería que Jim se sintiera mal, lentamente puso el huevo a un lado y tomó otro.

Repentinamente Jim le dijo:

-“Señorita, ¿no va a hablar acerca del huevo que yo traje?”

Nerviosa, le contestó:

-“Pero Jim, el huevo está vacío”.

Jim mirándola a los ojos le dijo suavemente:

-“Sí, pero también la tumba de Jesús estaba vacía”.
Pareció que el tiempo se detenía, cuando pudo hablar nuevamente, la maestra le preguntó:

-“¿Sabes por qué la tumba estaba vacía?”
Jim le contestó:

-“Oh, sí”. “A Jesús lo mataron y lo pusieron allí, pero Su Padre lo resucitó”.

La campana sonó, y mientras los niños corrían hacia fuera, la maestra se puso a llorar, y el hielo de su corazón se derritió. Jim murió tres meses después. Los que concurrieron a su velorio se sorprendieron al ver 19 huevos sobre su ataúd. Todos estaban vacíos.

D/A


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