A medida que pasaba el tiempo, Avarito comenzó a notar que había unos cobitos con caracoles más grandes que el suyo y empezó a desear en su corazón llegar a ser más grande que todos ellos. Los demás cobitos le decían, "¡Qué talentoso eres Avarito! ¡Canta, canta!". Así que Avarito les cantaba y les narraba historias muy interesantes. Mientras hacía esto, comenzó a crecer y a crecer, y pronto su caracol era muy pequeño para su cuerpo.
Un día Avarito salió de su cuevita y encontró otro cobito muy lindo en el camino, y sin que nadie lo viera, atacó a su compañero y le quitó su caracol, que era más grande que el suyo propio. Cuando regresó al pueblo, les dijo a los demás que desde ese momento en adelante debían dirigirse a él diciéndole "Mister Avarito" y que si querían oirle cantar, debían traerle al menos la comida. Así pasó el tiempo y "Mister Avarito" cambiaba su caracol constantemente y exigía más y más. Los demás cobitos le obedecían, porque creían que él era un enviado del Reino de los Cobitos.
El Gran Avaro, como luego se hizo llamar, tenía el caracol más hermoso y brilloso del pueblo y parecía que no le faltaba nada; pero por dentro era horrible y tenía unas patas grandes y filosas.
Sus historias siempre trataban de sí, de cómo cada cobito merecía un lugar más amplio y que un día vendrían los del reino mayor a llevarse a esos "privilegiados" cobitos.
Finalmente, un día, mientras El Gran Avaro cantaba, llegó un Hombre a buscar cobitos para llevarlos a un acuario muy hermoso, pero no se quiso llevar a El Gran Avaro. Escogió los cobitos pequeños que trabajaban en el pueblo, los que sanaban a aquellos que sufrían. Cuando El Gran Avaro se enteró de esto, comenzó a gritar y a dar voces diciendo: " ¡Oye, tienes que llevarme a mí! ¡Yo soy el cobito más hermoso, yo he hecho todo esto; sin mí, este pueblo no es nada!".
Pero, pobre Avarito, se había olvidado que todos eran cobitos iguales a él y que los escogidos no eran los que más títulos tuvieran, sino los que permanecían humildes y fieles. Avarito desesperado intentó una vez más un viejo truco que siempre le había funcionado, y dijo al hombre:
"Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe". Jn. 3:30
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